Sevilla Venecia Sevilla verano otoño invierno de 2009
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1a PARTE
Compartir es bueno _ incluso en el futuro
En la novela The Diamond Age (1995), Neal Stephenson imagina un escenario futuro, que sitúa hacia 2050 en la región de Shanghai , en el que las casas de la gente normal están conectadas a una red que se denomina The Feed. The Feed, La Alimentación , consiste en un sistema de abastecimiento de materias primas atómicamente puras, y de interfaces domésticas que son unidades de fabricación nanotecnológica, que permiten manufacturar en casa bienes y objetos de consumo cotidiano: comida, muebles, ropa, pequeñas máquinas, etcétera. Las interfaces estándar tienen las dimensiones y el aspecto de un frigorífico. Para fabricarse, por ejemplo, un pantalón, es necesario descargarse el archivo que debe leer e interpretar el interfaz. Los archivos de los objetos más convencionales son de descarga gratuita, pero cuando se quiere un objeto más especial o personalizado, entonces es necesario pagar por el archivo. En primera instancia, este modelo nos resulta atractivo y deseable. Sin embargo, descubrimos en el desarrollo de la novela que existe un movimiento revolucionario, clandestino y temido por muchos, cuyo enemigo es precisamente el Feed. Defiende una tecnología diferente, que se denomina The Seed – La Semilla. Las tecnologías de La Semilla, promovidas por un movimiento llamado Cryptnet, permitirían que la gente sintetizara, reciclando, sus propia materias primas, y por otro, funcionaría como un sistema de archivos abiertos y libres… Frente el modelo centralizado del Feed, el Seed plantea un modelo en red radicalmente abierta que acabaría con el control por parte de las corporaciones de los nodos críticos del sistema de producción material…
Capitalismo cognitivo
Podríamos hablar de dos posiciones polares en relación con la generación de conocimiento, que se representan en la historia de Neal Stephenson. Por un lado estaría la generación de conocimiento que se desea hacer proliferar, que se desea compartir, como una vía para transformar el mundo, para mejorar la sociedad; quizás también por el propio gozo de compartir auello que creemos que es bueno, como cuando contamos una buena historia a los amigos, o les recomendamos una buena receta de cocina. Por otro, estaría la producción o el uso del conocimiento con el objetivo de hacerlo rentable en el mercado, esto es, de ganar dinero. Este segundo polo, estaría asociado a la creación de una posición relativa de privilegio, entre los que tienen el conocimiento, o disponen de la tecnología, y los que no lo tienen , que puede estar relacionada con el mercado, pero también con el poder en un sentido más genérico. Estas dos posiciones son hoy, en la era que algunos denominan del capitalismo cognitivo (Boutang, 2004), especialmente significativas en los ámbitos del conocimiento tecnológico, la investigación y la educación. Podemos pensar que la arquitectura como práctica, que tiene que ver con el conocimiento y la tecnología, podría también participar de este debate. Éste es, entonces, el objeto del presente texto.
Es de suponer que la educación pública y en general los proyectos políticos que vienen de la Ilustración participan del primer polo que defiende la difusión del conocimiento, en particular del conocimiento científico, como una forma de mejorar la sociedad en su conjunto, y de favorecer el desarrollo personal.
En los últimos años, sin embargo, se vienen enfatizando – o quizás se vienen haciendo más evidentes – las relaciones del conocimiento con el poder y con la economía. Si bien la crítica de las relaciones entre saber y poder ha sido desarrollada al menos desde los años 60 (por ejemplo, por parte de Michel Foucault – Deleuze, 1987), en años más recientes, autores como Manuel Castells (1997) han subrayado la relevancia del conocimiento en las relaciones de poder de lo que él denomina la sociedad de la información. En esta línea, es ya un tópico de amplia difusión, la idea de que el conocimiento, el avance tecnológico y la creatividad – enunciadas por ejemplo como I+D+i – constituyen una de las principales fuentes de riqueza de las sociedades avanzadas contemporáneas. En este contexto, el nuevo capitalismo intenta modelar las subjetividades e imponer un marco jurídico e institucional para la conversión del conocimiento y la innovación tecnológica, pero también de la innovación social y cultural, en las principales mercancías del sistema económico emergente (Holmes, 2001).
Se produce la aparente paradoja de que, por un lado, el capital necesita de una población con un alto nivel de formación y creatividad, imprescindible para la producción permanente de innovación en la que se basa la economía actual, y por el otro, el mismo capital necesita asegurarse que el valor generado por el conocimiento y la innovación producidas se mantenga bajo su control. En este contexto es donde debe situarse el actual debate sobre la tendencia a la privatización de la educación, el creciente desarrollo de conocimiento propietario (como en el caso del software o la biotecnología), las políticas cada vez más agresivas sobre propiedad intelectual, etc.
Como resultará evidente a cualquiera, estas tendencias suponen una contradicción radical con los presupuestos, al menos ideales, en los que se basa nuestra tradición cultural y educativa desde la Ilustración. Conectando con la tradición ilustrada, el marxismo, y especialmente el anarquismo, insistieron en la necesidad de la educación y el acceso al conocimiento como vía de emancipación y de liberación. A este respecto podemos identificar dos aspectos principales: el primero tendría que ver con la producción de otras subjetividades y deseos, emancipados o liberados de la dominación de la cultura burguesacapitalística; el segundo aspecto tendría que ver con la reapropiación social o la transformación de las ciencias y de las técnicas de acuerdo con objetivos y valores no predominantemente económicos, valores igualitarios, comunitarios, la ecológicos, vinculados a la paz, la justicia social, la salud, o la promoción de las diferencias y las singularidades (Guattari, 2000).
El movimiento del software libre como nuevo modelo de producción cooperativa
Curiosamente, o quizás justamente, a la vez que se ha venido produciendo la emergencia del capitalismo cognitivo, también se ha desarrollado un movimiento social y tecnológico global cuyos presupuestos ideológicos y horizonte de transformación social son radicalmente opuestos a aquél.
Se trata, por supuesto, del movimiento del software libre. El debate sobre la precedencia de uno u otro, del llamado capitalismo cognitivo o del movimiento hacker en torno al software libre, que plantean entre otros los postoperaistas, constituye una discusión de gran interés (Hardt y Negri, 2000; Holmes, 2001; Rodríguez, 2003; Stallman, 2004).
Una buena narración de la emergencia del software libre, se encuentra en Smart Mobs, de Howard Rheingold (2002), una de las primeras obras de divulgación tecnológica en la que se trata de la cuestión de la cooperación a escala multitudinaria y global en el ámbito digital.
Desde sus inicios, el software estuvo muy vinculado a la tradición que hemos llamado ilustrada, de un conocimiento que se compartía, un marco sociocultural que algunos han descrito como gift economy o economía del don o del regalo. Efectivamente, el trabajo con los primeros ordenadores, sobre todo en California, pero también en la Costa Este, era muy próximo a la cultura que podría denominarse hippy de la década de los 60 (Himanen, 2002; Castells, 2002). En la década de los 70, sin embargo, el período en que comienza a incubarse el posfordismo , surgen diversas iniciativas para dar un estatuto mercantil al software, que hasta entonces nunca se había considerado como algo susceptible de ser vendido (1). Rheingold señala a un joven Bill Gates como el primer hackerprogramador que se pasaría al lado oscuro, intentando cobrar por el uso de un programa que había escrito (1976) – algo que resultó inicialmente inverosímil para sus compañeros de la época (2002: 49). De aquella, entonces sorprendente invención, surgiría Windows y el imperio Microsoft. El mismo año, esgrimiendo razones similares a las de Gates, se produce la privatización de Unix por parte de la AT&T (entonces la principal empresa de telefonía de Estados Unidos). Unix era el sistema operativo que los programadores del Massachusetts Institute of Technology (MIT) habían ido desarrollando de forma cooperativa hasta aquella época. Richard Stallman, entonces investigador en el MIT, experimentó lo que significaba aquel cambio cuando solicitó el código para escribir un nuevo driver para una impresora que no funcionaba como él quería. La respuesta fue que ya no tenía permiso para acceder al código del driver, ni tampoco por supuesto al del resto del sistema. Entonces Stallman se dio cuenta de la enormidad de lo sucedido. Y comenzó a pensar en el desarrollo de una nueva forma de escribir y usar software que garantizara que el se pudiera seguir escribiendo código y compartiéndolo como lo habían hecho hasta entonces, y que nadie pudiera apropiarse, como había ocurrido con la AT&T, de lo que él consideraba un bien compartido de la comunidad de programadores y usuarios (2002: 36).
Al cabo de algunos años (1985), podemos decir que Richard Stallman inventó el concepto de software libre con el establecimiento de la licencia GPL y la creación de la Free Software Foundation (Kelty, 2008: 176209). Como comentaba el propio Stallman en una conferencia en la Casa Invisible de Málaga en 2008, en aquel momento no sabía si lo que había imaginado sería posible, pero no tenía otra manera de probar que lo fuera, más que poniéndose a hacerlo. Comenzó a desarrollar el sistema operativo GNU, acrónimo recursivo, muy del gusto del entorno de Stallman de la época, que significa GNU’s Not Unix (Kelty, 2008: 166). En el proceso, con los miles de colaboradores que hicieron suya la idea, el proyecto GNU dio ocasión, no sólo a algo que tiene que ver con el software, sino a toda una nueva forma de producción, que podría calificarse en muchos sentidos de revolucionaria. Una nueva forma de producción que se basa en las redes distribuidas sobre Internet, en la reproductibilidad sin coste de lo digital y en una idea de la autoría, que no tiene tanto que ver con la propiedad privada, como con la idea tradicional de los commons, o bienes del común. En 2002 Rheingold describía esta nueva modalidad de los bienes comunes como los innovation commons; otros usan creative commons, y en castellano se viene imponiendo la denominación de procomún o procomunes.
Recordemos en qué consiste el software libre según fue enunciado por la Free Software Foundation (http://fsf.org) iniciada por Richard Stallman (1985), y en particular, la licencia GPL (General Public Licence) que lo caracteriza. Esta licencia, establece que el software libre debe garantizar cuatro libertades, que son:
0/ La libertad de usarlo, para cualquier propósito;
1/ La libertad de poder estudiar como funciona el programa, y poder modificarlo para que haga lo que uno desee; el acceso al código fuente es una precondición de esta libertad;
2/ La libertad de distribuir copias, de manera que puedas ayudar a tu vecino;
3/ La libertad de distribuir copias de tus versiones mejoradas a otros. Haciendo esto puedes dar a toda la comunidad la oportunidad de beneficiarse de tus cambios; el acceso al código fuente es una precondición de esta libertad (http://www.gnu.org/philosophy/freesw.html).
Mientras que las libertades 1 y 3 son ejercidas por los desarrolladores, las libertades 0 y 2 son fundamentales para los usuarios.
La FSF recomienda además publicar el software libre con licencia copyleft (http://www.gnu.org/copyleft/copyleft.html), que añade una condición adicional, como es que la distribución de las versiones modificadas de un software sigan distribuyéndose necesariamente como software libre.
Hay que recordar también que el término free en free software, no quiere decir gratis, sino libre, como en castellano, por esta razón se viene usando recientemente también el término FLOSS (Free Libre Open Source Software). Como se deduce de su lectura, las 4 libertades no suponen que el software libre sea necesariamente gratis o gratuito. Aunque con frecuencia el uso del software libre es gratuito, también puede distribuirse comercialmente. Sin embargo, por su propia filosofía y por su proceso de producción los precios resultan siempre mucho más baratos que los del software propietario equivalente. Y siempre existe la posibilidad de copiarlo gratuitamente. Aún así, el software libre genera una economía rica y dinámica, como atestigua la existencia de cientos de miles de programadores y de millones de usuarios por todo el mundo. Se trata de una economía que se basa en los servicios y en la cooperación, y que se funda en la abundancia de los bienes digitales, que pueden ser reproducidos a un coste que se aproxima a cero – como en el caso bien conocido de la música , en lugar de en la escasez de los bienes materiales, que caracterizó las economías tradicionales.
¿Cómo se ha conseguido esto? Sin duda tiene que ver entre otras cuestiones con la cooperación multitudinaria que han hecho posible Internet y la World Wide Web. Se hace adecuado, entonces, hacer algunos comentarios sobre la WWW y su génesis.