La arquitectura moderna resultaría inexplicable si no tomara en cuenta las principales obras de Walter Gropius. Sus experimentos para armonizar las nuevas formas del estilo Internacional con nuevos materiales, como el concreto, el cristal y el acero, o su luminosa concepción de edificios como la fábrica Fagus; la organización de la Bauhaus y las soluciones para las colonias de vivienda obrera en Törten-Damerstock y en Dessau-Karlsruhe, respectivamente. Todas éstas referentes de la arquitectura moderna.
Las inclinaciones artísticas de sus antepasados habían llevado a su tío abuelo a convertirse en uno de los discípulos del pintor y arquitecto neoclásico Karl Friedrich Schinkel. Sin embargo, resulta paradójico que el joven Walter, en su época de formación, descubriera que no era capaz de dibujar ni siquiera un trasto, lo cual era inadmisible para la profesión.
Sin embargo –como subrayan Gilbert Lupfer y Paul Siegel en su libro GROPIUS (de la casa editora Taschen, 2004)-, “…de esa pequeña pero fundamental limitación supo sacar lo mejor, convirtiéndose en un defensor convencido del trabajo en equipo, en un profesor fascinante, en un magnífico director de universidad, en un proyectista capaz de definir estilos y en un consumado especialista en relaciones públicas”.
Bastaría la Bauhaus, fundada en 1919 y dirigida por él durante casi una década, para encontrar la maraña de raíces de la nueva arquitectura, del diseño y de las artes plásticas.
Esta institución, que podría traducirse como “la Casa de los constructores”, intentaba reconciliar el arte con la sociedad industrializada, y sus fundamentos colmaron la creatividad del siglo XX.