La Metrópolis como cultura material: La Metropolis y la vida mental como propuesta metodológica

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Por Rosario Palacios
Socióloga y periodista, Pontificia Universidad Católica de Chile. MSc en Planificación Urbana, Columbia University, PhD/MPhil (c) en Sociología, London School of Economics. E-mail: r.palacios@lse.ac.uk

El  pensamiento de Georg Simmel (1858-1918) lo recibimos en fragmentos, como partes de un todo que es también un trozo de algo mayor. Manhein (1990), Lukács (1991) y Kracauer (1995) lo compararon con un pintor impresionista, resaltando su habilidad para describir la experiencia moderna a través de situaciones diarias: “Tiene una aptitud para describir la más simple experiencia cotidiana con la misma precisión que caracteriza a la pintura impresionista contemporánea que ha aprendido a reflejar las sombras y luces de la atmósfera no observadas hasta ahora. Podría llamársele ‘el impresionista’ en sociología, porque su habilidad no es entregar una visión holística de la sociedad, sino que analizar el significado de las pequeñas fuerzas sociales hasta ahora no observadas” (Manheim, citado en Simmel, 1990).

Y el mismo Simmel entiende su proyecto sociológico fundado en encontrar el completo significado de cada pequeño hecho cotidiano. En el prefacio de Philosophy of Money (1990b) , expone sus dos principales orientaciones: dar cuenta de las interacciones sociales cotidianas y sobrepasar el materialismo histórico, de manera de explicar el orden económico como el resultado de valores y condiciones psicológicas. La opción de Simmel por lo cotidiano, por la forma en que los individuos experimentan los cambios de su época y cómo éstos afectan su condición interna, se aleja de las formas de hacer sociología conocidas hasta entonces. Sus intereses son diversos, tal como lo revelan sus más de 70 artículos publicados en revistas, diarios y ediciones especializadas, y sus seis obras mayores, que incluyen temas de Filosofía, Ética, Sociología y Crítica.

Su obra es distinta a la de sus contemporáneos, y si bien fue respetado dentro del círculo de intelectuales de su tiempo, siempre fue percibido como marginal. Sólo consiguió una posición permanente como profesor en la Universidad de Berlín al final de su carrera, a pesar de que concursó muchas veces por un puesto. Nacido el mismo año que Emile Durkheim, Simmel no entrega una teoría unitaria de lo social, y es quizás el no hacerlo lo que le permite el dar cuenta de manera profunda de la condición moderna.

Su visión de la condición moderna se funda en lo que Baudelaire describió como lo “efímero, lo fugitivo, lo contingente, la mitad del arte del cual la otra mitad es lo eterno y lo inmutable” (1995) . ¿Cómo dar cuenta de lo fugitivo, del presente que en un futuro inmediato será pasado? Simmel se vuelve profundamente actual desde un punto de vista metodológico en el contexto de un mundo de espacio-tiempo comprimidos (Harvey, 1990) . Su famoso ensayo La metrópolis y la vida mental ([1903] 1990) es un punto de entrada a la manera en que enfrenta lo social.

La metrópolis y la vida mental (1903)

Simmel escribe La metrópolis y la vida mental basándose en su experiencia urbana de Berlín a principios de siglo, la que era entonces una de las principales “ciudades mundiales”. Entre 1871 –cuando se convirtió en la capital de la Alemania unificada- y 1919, la población de la ciudad se cuadruplicó: de 915.000 habitantes pasó a tener 3,7 millones, consolidándose como un foco de actividad y expansión (Highmore, 2003). No está de más comentar que una mejor traducción para el ensayo de Simmel es La metrópolis y la vida moderna, como lo ha explicado Frisby (2001) . Este ensayo está anclado en un territorio definido y especifico –Berlín-, y sus observaciones despegan de observaciones concretas. Para Simmel la cultura no existe sino a través de relaciones sociales, y para entender la cultura moderna del Berlín de principios de siglo, él observa a los individuos; vivos, ensimismados, urbanos.

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Berlín como centro cosmopolita acogió exhibiciones mundiales, como la que inspiró a Walter Benjamin en su visión del mundo moderno. Este tipo de eventos simbolizaban la importancia de la ciudad como centro metropolitano de escala global. Una búsqueda que no es ajena a los tiempos contemporáneos: basta pensar en el esfuerzo que ponen los gobiernos de las ciudades para conseguir ser sede de las Olimpiadas o los Mundiales de Fútbol.

Simmel comienza por el principio de que en el mundo moderno todo interactúa con todo lo demás, que esa forma múltiple, compleja y simultánea de interacción es la característica de la condición moderna. Su objetivo en La metrópolis y la vida mental es explicar cómo el individuo se acomoda en esta red de interacciones en las que se ve inserto en la metrópolis moderna: “Cualquier investigación acerca del significado interno de la vida moderna y sus productos o, dicho sea en otras palabras, acerca del alma de la cultura, debe buscar resolver la ecuación que las estructuras como las metrópolis proponen entre los contenidos individuales y supraindividuales de la vida. Tal investigación debe responder a la pregunta de cómo la personalidad se acomoda y se ajusta a las exigencias de la vida social. Es precisamente a esta pregunta a la que me abocaré en este trabajo” (1990).

Para realizarlo, Simmel se basa en fragmentos de la experiencia de la ciudad, en las formas de coordinación horaria, el transporte, la diversidad de la población, las largas distancias, los medios de comunicación. Son imágenes vivas del mundo externo las que sostienen su argumento. La tesis central en La metrópolis y la vida mental puede resumirse en que el mundo externo se vuelve el mundo interno del individuo (Frisby, 1985) . La esencia de la modernidad para Simmel es la experiencia y la interpretación de la realidad externa, como si ésta fuese lo que constituyera el mundo interno de las personas. El flujo y ritmo del mundo externo es incorporado al mundo interno del sujeto, y con ello, la experiencia de la modernidad se vuelve presente inmediato; el habitante de la gran ciudad ya no puede escapar de ella ni posponerla porque la ha incorporado a su respiración.

La descripción de Berlín que presenta Simmel es una descripción sociológica, no física. La forma urbana actúa de medio para que el proceso de objetificación ocurra, es decir, para que las relaciones sociales se encarnen en la cultura material. Si la ciudad de Berlín es determinante en el proceso de objetivización es porque cada una de sus características físicas incide en como se constituyen las interacciones sociales en ella. Desde este punto de vista, La metrópolis y la vida mental se detiene en ciertas formas de interacción social que aparecen como respuesta a la internalización del mundo externo, del ritmo y la lógica de la urbe moderna. El proceso de objetivización descrito por Simmel ocurre en un contexto específico, pero da cuenta del fenómeno que está al centro de la condición moderna, cual es el encuentro violento entre el mundo interno del individuo y el mundo externo. Este último, en el caso de Berlín, aparece invasivo, inquebrantable y termina por consolidarse como mundo interno. No voy a detenerme en las consecuencias que tiene este proceso para el hombre moderno, ni en las estrategias –como la actitud blasé – que desarrollan los individuos para sobrellevar la avalancha de estímulos de la ciudad, ya que no hay mejor fuente para adentrarse en esos temas que el ensayo mismo. Mi interés ahora es explorar cómo La metrópolis y la vida mental sirve de guía para observar procesos de objetivización en ciudades contemporáneas en las que otras modernidades se desarrollan.

 

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Plaza de Armas (Santiago, 2005). Fuente: Rosario Palacios

Simmel reconoce el desarrollo de una actitud metropolitana que tiene como objetivo poder silenciar o suspender el ritmo incansable de la gran ciudad. Este proceso autodefensivo, sin embargo, lleva a los habitantes de las grandes ciudades a devaluar a neutralizar el entorno, y finalmente, a neutralizar también la propia existencia.

La metrópolis como cultura material

Frisby (1985 y 2001) sintetiza la teoría sobre la modernidad de Simmel como la transformación de la experiencia temporal –el tiempo se vuelve transitorio-, espacial –el espacio se vuelve efímero- y causal –prima lo fortuito o arbitrario. Estas tres características conforman la experiencia de lo moderno como la del presente inmediato, discontinuo y fragmentable. En este entendimiento, la ciudad moderna como cultura material se vuelve especialmente interesante. La multiplicidad de población, estilos de vida, modos de habitación y transporte, etc., constituyen fragmentos de la experiencia moderna que hablan de un todo. Los fragmentos son específicos de un espacio urbano, pero hablan de lo que merece atención en las experiencias urbana de la modernidad; del momento del encuentro del mundo interno con el externo, el que puede concluir como ruptura, sincretismo o adaptación.

La forma como la experiencia de la modernidad se vive en distintas ciudades e incluso, en distintas zonas de una misma ciudad, es múltiple. Cuando hablo de experiencia de modernidad no me estoy refiriendo al proyecto de modernización como desarrollo económico y bienestar, sino a la condición moderna como cultura, que es la preocupación de Simmel. Este reconoce tal diversidad cuando afirma: “De esta manera, el tipo metropolitano de hombre -el cual, claro está, existe en mil y una variantes diferentes de individuo- desarrolla una capacidad que lo protege contra aquellas corrientes y discrepancias de su medio que amenazan con desubicarlo” (1990) .

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Alexander Platz a principios de siglo ya era uno de los centros importantes de la ciudad de Berlín. Se estimaba que la capital crecería de forma importante y la planificación urbana de los sistemas de transporte y de la vivienda consideró una población de 6 millones de habitantes, cifra menor a la población actual de Berlín, que no alcanza a los cuatro millones.

En su obra, Simmel describe la condición moderna no sólo desde el punto de vista psicológico, que es el que se desarrolla en La metrópolis y la vida mental, sino también desde la observación de la estética, las relaciones de género y poder, la percepción del otro como individuo y como límite físico. Su intención es entregar una descripción de la condición moderna que se vale de diversas fuentes, todas ellas materiales, observables y tangibles. La obra de Simmel es una invitación a detenerse en los fragmentos, en lo concreto, en la ciudad que huele y ruge. Ya Benjamin (2002) acogió la propuesta en Arcades project, donde su forma de acercarse a la condición de modernidad parisina fue la cultura material.

Si asumimos la modernidad como cultura y aceptamos que puede adoptar múltiples formas (Eisenstadt, 2000), siguiendo a Simmel la mejor forma de intentar describir las particularidades de cada una de esta múltiples condiciones modernas es a través de las interacciones sociales y de la exploración del encuentro entre el mundo moderno –como sea que éste se manifieste- y el mundo interno de los individuos. La etnografía como método de investigación social aparece especialmente apropiada para concentrarse en los fragmentos de la condición moderna en contextos específicos (Miller, 1987), y a través de ellos adentrarse en la lógica de cada modernidad. La metrópolis y la vida mental, como así la mayoría de la obra de Simmel, resulta inspiradora no solo para cientistas sociales, sino también para aquellos interesados en dar cuenta de la condición moderna de una manera estética, ilustrativa, no lineal y abierta.

La pregunta que arroja La metrópolis y la vida mental es: ¿cómo se desarrolla este proceso, que el autor describe con detalle, en otras ciudades? ¿Como se desarrolla hoy, en el siglo XXI? ¿Como es el acondicionamiento de los individuos para defenderse del mundo externo en cada lugar? Por ejemplo, para Simmel, situado en el Berlín del 1900, la actitud blasé se deriva de la consolidación de la economía del intercambio a través del dinero que invade las relaciones interpersonales. Esa condición no ha cambiado en nuestros tiempos y predomina en la mayoría de los territorios del planeta, pero creo que hay distintos matices. Al leer La metrópolis y la vida mental, imágenes de nuestra diaria actitud blasé se me vienen a la cabeza, escenas que no ocurren en Berlín sino que en Santiago de Chile o en el Londres donde me toca vivir en este tiempo. La actitud blasé descrita por Simmel va de la mano con la sociedad post-tradicional característica de la modernidad anunciada por Giddens (2003), pero tal sociedad no se ha consolidado del todo en muchas grandes y pequeñas ciudades del planeta, por lo que tal actitud es “otra” en aquellos lugares. La actitud blasé tiene su versión propia en cada ciudad moderna del mundo. Otro punto que puede ayudar a visualizar de qué forma la descripción de la metrópolis de Simmel debe ser adaptada usando su método de observación, es el impacto de los medios de comunicación masivos en la ciudad. Tales efectos en el mundo externo –y por lo tanto, siguiendo a Simmel, en el mundo interno de los individuos- sólo comenzaron a apreciarse en su totalidad, y de manera creciente, en la segunda mitad del siglo XX (Thompson, 1991) .

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Los sistemas de transporte fueron clave en el desarrollo de Berlín como un centro, y para Simmel, fuente importante de observación de las interacciones en las grandes ciudades (estaciones de trenes de Friedrichstrasse y Stettiner, esta última hoy destruida).

La metrópolis y la vida mental no es un espejo de la condición moderna de las ciudades contemporáneas, sólo ocupa el rol de guiar la atención a las interacciones sociales. Thrift (2000) reformula lo dicho por Simmel de alguna manera entendiendo las ciudades como un sistema de órdenes prácticos diversos que interactúan entre sí, donde la forma de interacción es más importante que el orden (2000). En esta línea no podemos hablar de una condición moderna completa y cerrada y entender la descripción de Simmel como estática. La actualidad de Simmel reside en su preferencia por observar las interacciones sociales, entendidas como fragmentos, y desde ellas intentar explicar lo social.

Simmel global y local

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Providencia (Santiago, 2005). Fuente: Rosario Palacios
El estado de indiferencia de los habitantes de las grandes ciudades descrito por Simmel se suma a la internalizacion del ritmo acelerado de las metrópolis y a la sustitución del mundo interno del individuo con el mundo externo. El drama para Simmel es que el sujeto pierde su capacidad de asombro y reacción al no diferenciar su individualidad de su entorno.

La discusión acerca de la globalización ha ocupado en los últimos diez años el lugar que tuvo anteriormente la discusión sobre la modernidad. Después de infinitas polémicas pareciera ser que los términos están vacíos de contenidos y ya no significan nada más. La metrópolis y la vida mental puede ser considerado un antídoto a la manera abstracta de entender estos conceptos. Volviendo a Simmel y a su forma de observar la realidad a través de las interacciones sociales, se puede ver de alguna manera la confrontación entre lo global y lo local como la tensión entre el mundo externo y el interno descrita en La metrópolis y la vida mental. La forma que toman las interacciones sociales descritas por Simmel en Berlín se mueven entre la indiferencia voluntaria como forma de defensa y la búsqueda por la acción y lo nuevo como manera de escapar de la inmovilidad autoimpuesta. En un mundo globalizado, la tensión entre el mundo externo e interno se hace mayor a nivel individual, pero también a nivel colectivo. Mientras algunos argumentan que es justamente la globalización lo que permite una mayor individualización gracias a la mayor cantidad de información disponible y la extensión territorial y temporal de las oportunidades, otros ven en ella el termino de los valores locales, y por consiguiente, el fin de la particularidad. El ensayo de Simmel se debate entre defender o criticar la condición moderna, aunque claramente éste es más bien pesimista frente a la modernidad -no sólo en este ensayo, sino en toda su obra, pero de todas formas reconoce las virtudes de la ciudad moderna: “Es función de la metrópoli el proveer la arena para esta lucha y su reconciliación, pues la metrópoli presenta las condiciones peculiares que aparecen como oportunidades y estímulos para el desarrollo de ambas formas de atribuir roles a los hombres. A partir de aquí, estas condiciones logran un lugar único, y se revisten de un potencial de significados inestimables para el desarrollo de la existencia psíquica” (Simmel, 1990).

La idea del flujo continuo está siempre presente en el análisis de Simmel, el concepto de que todos los fenómenos sociales fluyen y están relacionados. Detrás de su pensamiento se encuentra la metáfora del laberinto, donde todo se conecta, pero tales conexiones sólo se pueden descifrar sumergiéndose en la vida cotidiana, en los detalles. En la literatura sobre globalización la idea de flujo se ha convertido casi en un lugar común y corre el riesgo de ser descartada, si es que con tanto uso pierde su significado. La obra de Simmel ofrece claves interesantes para reactivar esta idea, característica de la condición moderna. No solo La metrópolis y la vida mental, sino que otros trabajos como “The Stranger”, “The Sociology of Space” y “On the Spatial Projections of Social Forms”, recopilados en Soziologie (1908), sitúan la movilidad del individuo en el centro de la condición moderna y de las nuevas formas de interacción social y procesos de ajuste que los habitantes urbanos realizan diariamente para solucionar el encuentro de sus mundos externos e internos.

La metrópolis y la vida mental no ofrece respuestas; antes bien, presenta contradicciones. No toma partido en pro o en contra de la modernidad, sino que asume la contradicción como la fuerza generadora de la historia: “Dado que tales fuerzas de la vida se han integrado tanto a las raíces como a la coronación de la totalidad de la vida histórica a la que nosotros -con nuestra existencia pasajera- pertenecemos como una parte, como una célula, no es nuestra tarea la de acusar o perdonar, sino sólo la de entender.” (1990) .

Si bien las ciencias sociales están íntimamente ligadas, en cuanto reflexión, a proyectos políticos, el pensamiento de Simmel acentúa la importancia de tal reflexión, basado en ahondar en las interacciones sociales más que en conceptos teóricos, enraizado de manera honda en la cultura material.

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PALACIOS, Rosario. "La metrópolis como cultura material". En bifurcaciones [online]. núm. 4, primavera 2005. World Wide Web document, URL: <www.bifurcaciones.cl/004/Simmel.htm>. ISSN 0718-1132.

Referencias bibliográficas

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Giddens, A. (2003). "Living in a post-traditional society". Beck, U., A. Giddens and S. Lash, Reflexive modernization: politics, tradition and aesthetics in the modern social order. Cambridge: Polity Press, 56-109.

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Kracauer, S. (1995). The mass ornament: Weimar essays. Cambridge, MA: Harvard University Press.

Lukacs, G. (1991). "Memories of Georg Simmel" Theory, Culture and Society, 8 , 3: 145-50.

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