Un mundo sostenible, un mundo necesario



“Satisfacer las necesidades de las generaciones presentes sin comprometer las posibilidades de las del futuro para atender sus propias necesidades.”
Más de dos décadas han transcurrido desde la primera vez que se acuñó el término “sostenibilidad” en el Informe Brundtland de 1987. Un nuevo paradigma que lo ha invadido todo, tan viciado y manoseado que ya pocos nos atrevemos a emplearlo con firmeza.

El mundo está patas arriba. Y el que no lo ve, no quiere verlo o no lo conoce lo suficiente como para apreciarlo. Hambre, plagas, enfermedades, destrucción de los ecosistemas, huracanes, pobreza, miseria, pérdida de biodiversidad, esterilización de la tierra, polarización Norte-Sur, guerras, masas migratorias descontroladas…la lista es infinita. Aunque hayamos tenido que ver sucederse en blanco cumbres y
acuerdos internacionales para que, en 2007, el IPCC afirme rotundamente que, finalmente, el Cambio Climático es efectivamente la reacción sintomática del Planeta a la depredación imparable del ser humano, muchos sabíamos ya desde hace tiempo que todos estos males son los frutos que nosotros mismos hemos cosechado. “De hoy en adelante la vida ha terminado. Empieza la supervivencia”, rezan los más pesimistas.

Prefiero pensar que podemos cambiar nuestra realidad tal y como hemos estado haciendo hasta hoy. Ya lo dice Nelson Mandela: “Como la esclavitud, la pobreza no es algo natural. Está hecha por el Hombre, y puede ser superada y erradicada por las acciones del Hombre; y superar la pobreza no es un acto de caridad, sino uno de los derechos humanos fundamentales.”

Lo mismo para un desarrollo sostenible, puesto que es una respuesta válida al mundo que nos ha tocado habitar, aunque a priori podamos pensar que se trate de un oxímoron, al menos entendiendo por “desarrollo” la definición más globalizada hoy en día (¿y qué tal una retirada sostenible?).

Y entonces te preguntas, pero ¿qué es la sostenibilidad? Muchos se afanan en buscar una definición estricta, en buscar una etiqueta que colgar, en catalogar un término que es, a mi parecer, incatalogable. ¿Y por qué? Porque no se trata ni de una religión, ni de una moda, ni de una fórmula mágica…es ante todo un crisol de actitudes que abre sus brazos para intentar abarcar el máximo de ámbitos posibles. Y, de esta
manera, involucrar el máximo de disciplinas, aunando esfuerzos y conocimientos para buscar alternativas a este modelo global que nos afecta a todos. La sostenibilidad es pues un concepto borroso, difuso y, sobretodo, muy amplio.

No escuchemos las voces de quienes quieren reducirlo a criterios ecologistas, a la palabra de unos apocalípticos y catastrofitas, a las chiquilladas de esos cuatro locos que creen que un mundo mejor sí es posible. Sí, la sostenibilidad atiende a criterios de respeto al medioambiente, pero también, simplificando, a criterios económicos y sobre todo sociales.

Pero entonces, ¿yo qué puedo hacer?, ¿puedo hacer algo? Evidentemente sí. Se trata de ser consciente y consecuente a todos los niveles. Informarse, participar activamente en iniciativas que defiendan valores como la paz, la solidaridad o los derechos humanos, consumir de manera responsable, exigir a los poderes
políticos que se impliquen, fomentar el comercio justo…en fin, la lista también es interminable, infinita como la capacidad de creatividad humana. Y eso sólo como persona, como ciudadano. El criterio de sostenibilidad puede y debe aplicarse también en el terreno profesional, y muy especialmente en el de la arquitectura.

¿Y qué es eso de la arquitectura sostenible? Cierto es que el papel que desempeñan los edificios y las ciudades es fundamental para la consecución de un verdadero desarrollo sostenible. La vida útil de los edificios es larga y la de las ciudades aún más; formarán parte de nuestro futuro común, ese futuro incierto cuyos recursos, contaminación y clima nos son desconocidos. Los edificios son grandes consumidores de materias primas, y el capital medioambiental invertido en ellos es enorme (“Guía básica de la sostenibilidad” Brian Edwards, 2001):

● Materiales: el 50% de todos los recursos mundiales se destinan a la construcción.
● Energía: el 45% de la energía generada se utiliza para calentar, iluminar y ventilar edificios y el
5% para construirlos.
● Agua: el 40% del agua utilizada en el mundo se destina a abastecer las instalaciones sanitarias y otros usos en los edificios.
● Tierra: el 60% de la mejor tierra cultivable que deja de utilizarse para la agricultura se utiliza para la construcción.
● Madera: el 70% de los productos madereros mundiales se dedican a la construcción de edificios.

Como arquitectos tenemos pues mucho que decir, y la sostenibilidad es un camino que más que una opción debería ser un deber moral como profesionales, tal como sintetiza Souto de Moura: “En arquitectura, la honestidad mínima es ser sostenible”.

¿Pero cómo?
No existen fórmulas milagrosas, ni recetas mágicas, pero existen muchos esfuerzos por encontrar un camino y muchos intentos de parametrización para poder estudiar una obra “sostenible” desde un punto de vista
más objetivo y universal. En cualquier caso el camino será largo puesto que los factores que intervienen son numerosos y complejos. No en vano, podemos regocijarnos de la iniciativa de un gran número de profesionales que están investigando sobre el terreno, buscando alternativas, proponiendo modelos muy
dispares pero bajo el mismo paraguas de la sostenibilidad. He aquí algunos de los modelos más genéricos:

La eficiencia energética. La energía está siendo uno de los principales caballos de batalla de la nueva arquitectura. Hay que conjuntar las posibilidades que ofrecen los nuevos avances de la técnica con un correcto diseño de la manera más tradicional. Factores tan esenciales como la orientación, la ocupación en planta, la ubicación, la ventilación o el estudio de sombras son indispensables para lograr los flujos energéticos deseados. Hoy en día no debemos tampoco desaprovechar la oportunidad que nos brindan sistemas como los captadores solares, placas fotovoltaicas, sistemas de captación y depuración de aguas (el petróleo de mañana) o las turbinas eólicas.

La energía renovable puede perfectamente sustituir a los combustibles fósiles en la calefacción, refrigeración o ventilación de los edificios. De hecho, la energía renovable podría satisfacer las necesidades energéticas de la humanidad: sólo el sol proporciona un flujo de energía muy superior al consumo humano…el problema reside en cómo distribuir, almacenar, transformar y utilizar esta energía solar de forma que sea útil para calentar edificios, impulsar maquinaria y realizar las innumerables tareas que ahora se realizan mediante combustibles fósiles finitos. Son prácticas muy interesantes, pero hay que andar con pies de plomo, porque reduciendo el problema a la cuestión energética hay muchas probabilidades de acabar proyectando una obra completamente insostenible.

Más con menos. Como dice Margarita de Luxán, “no hay nada más insostenible que hacer lo que no hace falta.” Vivimos en tierra de abundancia, y la equiparación del progreso al “quiero más” no es más que un lastre que debemos evitar…y muchos lo aplican a la arquitectura.

Los arquitectos franceses Lacaton & Vassal son un buen ejemplo. Sostienen que “cada situación encierra un potencial, y el papel fundamental de la arquitectura es el de revalorizarlo, no de transformarlo por imposición.

Hay que hacerse las preguntas correctas y responder rigurosamente una tras otra. Hacerse siempre la pregunta de lo necesario, lo suficiente; lo que es superfluo y lo que no lo es.” La apología de este minimalismo de medios se ilustra perfectamente en su proyecto de remodelación de la Plaza Léon Aucoc en Burdeos, el que apenas proponen una reposición de las gravas y la poda de los tilos. “Ya estaba bien así”,
decían los vecinos.

El caso de estos arquitectos es especialmente significativo ya que su concepto de “hacer más con menos” se amplía también al campo económico. Son erróneamente conocidos y reconocidos por realizar sus proyectos con un bajo presupuesto, cuando realmente su logro consiste en emplear el presupuesto completo para construir el doble de espacio previsto. “El lujo no está ligado al dinero. El lujo es aquello que
sobrepasa las expectativas iniciales”, declaran.

La arquitectura de lo social. La arquitectura no es sólo construcción, estructura y materiales, es ante todo una herramienta al servicio de la sociedad, y en especial, de los más desfavorecidos. Este principio de solidaridad lo llevan a la práctica muchos arquitectos que prefieren poner sus conocimientos al servicio de la sociedad antes que dejar su huella en ella. Encontramos casos como el del polémico Santiago Cirugeda, una extraña especie de activista urbano, que lucha por los derechos de los ciudadanos y propone, por ejemplo, la reconversión de las parcelas vacías sin uso del medio urbano en espacios públicos de disfrute libre y comunitario. “El objetivo es que los vecinos tengan capacidad legal para obligar al ayuntamiento a que haga de un solar público un espacio abierto, habilitando unas pequeñas instalaciones deportivas, juegos infantiles o un parque.”

En el ámbito nacional contamos también con experiencias como las de Ecosistema Urbano y Laboratorio Urbano en Madrid o el Taller de Barris en el barrio valenciano de Velluters, que interactúan directamente con comunidades de vecinos u otros colectivos sociales para, entre todos, consensuar alternativas urbanas al
modelo impuesto, y construir ciudad y comunidad desde una perspectiva única y común.

Esta “arquitectura para las personas” tiene también una concepción más amplia y solidaria, como es el caso de Shigeru Ban, que trabaja incansablemente en la creación de prototipos de viviendas estandarizables, viables económicamente y adaptables al entorno para dar cobijo a aquellas miles de personas con necesidad inmediata de alojamiento, afectadas por una catástrofe natural o refugiados de guerra.

Sostenibilidad y materialidad. Uno de los principales quebraderos de cabeza del proyectista a la hora de materializar una obra presumiblemente sostenible es la elección de los materiales de construcción, la ejecución de la obra o el tipo estructural del edificio. La decisión por una clase de material está íntimamente ligada a los procesos energéticos derivados de la producción, transformación y transporte del material en cuestión. Algunos, como Albert Cuchí, afirman que entre el 30 y el 50% de la emisión debida a un edificio es debido a la producción de los materiales que lo conforman. Sea cual sea la cifra, lo relevante es que este tipo de procesos no es en ningún caso despreciable.

Además existen otro tipo de discursos ligados al confort y la salubridad. Muchos de los materiales, artificiales en su mayoría, instalados firmemente en el mercado pueden con el tiempo desprender partículas en el ambiente interior, viciando el aire y mermando nuestra salud. En esta misma línea, muchos sostienen que la kilométrica red de cableado de todo tipo presente en nuestros edificios provoca radiaciones
electromagnéticas que pueden afectar a nuestra salud, especialmente la salud mental. Rafael Serra explica poéticamente que “si somos capaces de proyectar arquitectura desde sus contenidos ambientales, quizá podremos reconciliarnos con nuestros sentidos, convertidos hoy en desagradables ventanas del cuerpo por donde penetran agresivos estímulos que atacan, sobre todo, nuestra mente.”

En cuanto a los tipos estructurales, se están abriendo nuevas vías de pensamiento ligadas a la reflexión sobre la vida útil de una construcción, así como a su reciclaje. ¿Por qué legar a las generaciones venideras unas arquitecturas que quizá no garanticen sus necesidades? ¿Cuánto debe durar un edificio? ¿Y cuántas
vidas puede tener? Muchos apuestan por estructuras desmontables, atornilladas, con uniones en seco que garantizan un derribo selectivo y un reaprovechamiento de los materiales para otros usos. Anne Lacaton lo resume así: “Cuando se fabrica un coche se prevé una vida de diez años. La relación coste-uso está optimizada totalmente. Se podría trasladar este principio a la arquitectura. Los edificios serían más ligeros, más versátiles, incluso desmontables y reciclables.”

Pero entonces ¿cómo podemos hacer arquitectura sostenible? Pues no lo sé, y no sé si lo sabremos. Es un compendio de lo dicho más arriba y de lo que falta por decir, una miscelánea abstracta, una salsa al gusto de quienes actúan puntualmente con un criterio global, un cóctel de alternativas al orden establecido a la deriva, un conjunto de voces que se alza como una sóla abanderando el respeto, la sensibilidad, el compromiso, la eficiencia y la modestia.

Entre todos encontraremos una ruta, encontraremos el camino hacia este mundo sostenible, ese mundo necesario. Y es que, caminante, no hay camino, se hace camino al andar…

por Manuel Mateo Lajarín

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