Director: D. Ricardo Sanmartín Arce
Departamento de Antropología Social
Facultad de CC. Políticas y Sociología
Universidad Complutense de Madrid
El éxodo del campo a la ciudad de los años 50-60, y la política de embalses, presas y pantanos del gobierno franquista, dejó abandonados cientos de pueblos en España. Hoy se calculan en más de dos mil, los pueblos que han quedado abandonados. Un proceso que aún dura en la actualidad aunque tiende a revertirse gracias al movimiento neorural que comienza a revitalizar y repoblar pueblos abandonados.
Son dos motivos principales los que ayer y hoy vaciaban los pueblos
de jóvenes, dejando una población envejecida y en detrimento, o
preservándolos en un estado de coma vegetativo del que sólo despiertan en
las fiestas del verano cuando vienen a pasar parte de sus vacaciones los
hijos del pueblo: las expectativas de mejora económica y la fascinación por
la ciudad.
Siempre se ha resumido con una metáfora lo que ha impulsado a
cientos y miles de españoles a abandonar sus pueblos para irse a la ciudad:
el “hambre”, la “necesidad”. Sin embargo, aún en las condiciones más
duras del éxodo del campo a la ciudad, en cualquier tiempo o lugar, por
cada familia, o persona que decidía que no tenía más remedio que emigrar,
había otras diez que se quedaban, con iguales o mayores posibilidades de
supervivencia que el que se marchaba, aunque, desde luego, con muy
menores expectativas de riqueza. Hoy día en España, ambas opciones,
campo y ciudad, ofrecen similares oportunidades y expectativas
económicas, pero contextos radicalmente diferentes de socialidad y
sociabilidad. No es el motivo económico lo que hace que la gente
actualmente prefiera el campo o la ciudad como lugar de vida, aunque
ciertamente la ciudad ofrece más posibilidades para ejercer una profesión,
el campo, o sea, lo que la gente entiende por “estar viviendo en el campo”,
ofrece también recursos y posibilidades muy variadas, que han equiparado
las expectativas de lograr un nivel de vida similar al de la ciudad. Una
porción no desdeñable de los inmigrantes que llegan a vivir a España eligen
el campo antes que la ciudad. Los gestores y administradores de fondos,
coinciden en que “Hay trabajo, proyectos por desarrollar, pero falta la
gente”. El goteo sigue imparable del campo a la ciudad que deja secas,
envejecidas, regiones enteras en España o en Portugal y muchos que
parecen abocados al agujero negro de la extinción ante la falta de
continuidad generacional de sus habitantes y la no concurrencia de nuevos
pobladores.
El tamaño de las ciudades, el hecho de que la gente se junte en
núcleos enormes de población, cada día más enmarañados, responde a
lógicas muy distintas que a las estrictamente económicas, hoy día que la
vida en núcleos pequeños ofrece tantas posibilidades o más que en las
grandes urbes. Son otras las pulsiones que hace que la gente prefiera la
ciudad, abandone el campo y permanezca en las ciudades, se congregue en
núcleos cada vez mayores.
Eric Rohmer, trata el asunto fílmicamente en “El árbol, el alcalde y
la mediateca”. En esta película, Rohmer pone en boca de Berenice
Borivage, una convencida urbanita, un discurso que comparten, en cierta
medida, todos aquellos que en España prefieren hoy día vivir en la ciudad
que en el campo:
“Hay una fascinación de la ciudad. A la gente le gusta la posibilidad infinita
de encuentros. Y además, la civilización, aunque no encuentren a nadie, está
el encanto de los transeúntes, el espectáculo del gentío, la variedad de los
tipos humanos. Altos, bajos, negros, jóvenes, ancianos, guapos, feos,
encantadores, ridículos. Yo que sé, les tranquiliza, les fascina. Es normal, se
les abren más posibilidades. En el campo, ¿qué hacen los jóvenes para
divertirse? Jugar al flipper en el único bar del lugar, y el sábado ir al baile
con los mismos amigos y las mismas músicas. En París puede que, a veces,
la vida sea más difícil y hasta más dura, y quizá haya menos tiempo libre,
pero está la excitación. Hay miles de proyectos posibles, miles de barrios,
cines, exposiciones, restaurantes, fiestas. Y el saber que estás en la capital y
que todo es posible. Pero aquí… (Gómez-Ullate, 1996:230)
No es hoy día, ni tampoco ayer, la necesidad de sobrevivir lo que hace
que el hombre prefiera la ciudad al campo, la vida en la corte, empapados
de sociedad, antes que apartados en la soledad y la clausura del pueblo y
del grupo pequeño, es la necesidad, o mejor dicho, el deseo de medrar y la
fascinación por la ciudad, lo que explica la preferencia por la ciudad.
En Occidente, como en ningún otro lugar en el mundo, hoy día
tenemos la posibilidad de elegir nuestro modo y nuestro lugar de vida. Es la
voluntad, esa capacidad de elegir, la que está llevando a cada día más
personas al contra-exodo de la ciudad al campo. Comienzan una
repoblación con otros valores e intereses y otras bases de partida, otros
estilos de vida y otros vínculos con el lugar y las gentes.
Este movimiento de vuelta al campo, que hoy se extiende en la
sociedad y se acoge desde la administración bajo el enfoque del desarrollo
rural, comenzó en España en los años 80(82) naciendo los asentamientos
alternativos que estudiamos en esta tesis.